Hace poco, algunos días,
tuve la oportunidad de ver el documental de Asif Kapadia sobre la vida de la
cantante inglesa de origen judío. Amy
Winehouse fue una artista que murió joven, que deleitó a la audiencia mundial por
esa voz gruesa, profunda, pero a la vez melodiosa; y que ganó el premio Grammy
por el tema Rehab.
¿Qué le faltó a Amy? Lo
tenía todo: talento, dinero, cariño de sus amigos y de sus parejas
sentimentales, fama, seguidores, éxito. Lo tenía todo, excepto amor por sí
misma, ese fue el problema de la cantante británica. El documental lo deja ver
de manera evidente, ella tenía una voz formidable, una creatividad sin límites,
pero no se quería a sí misma por alguna razón que no se logra esclarecer en
el documento fílmico.
Las drogas, el alcohol y
hasta los desórdenes alimenticios fueron la causa de su temprana partida;
Winehouse sabía que su vida pendía de un delicado hilo y ella – a sabiendas- lo
rompió, no quería vivir más; o por lo menos no quería seguir viviendo como lo
estaba haciendo.
Sin embargo, no queremos
recordar más esa faceta autodestructiva de esta cantante, queremos recordarla
por sus canciones como Addicted, Just friends, Cherry, Wake up alone, Rehab, entre muchas otras. Winehouse fue
una artista talentosa, talentosísima; ella componía sus propios temas, los
interpretaba y los mejoraba. Era una genio de la música, tanto en el canto como
en la composición; incluso, el mismísimo Tony Bennet -en un aparte del documental- la calificaba
como una de las mejores voces del jazz que haya existido jamás.
Amy Winehouse terminó sus
días muy joven consumida por el vicio, pero en la cima de la fama y del éxito
profesional. Una cantante que se codeó con las grandes ligas del show business
mundial y que desafortunadamente no supo ser feliz, a pesar de todo.
¿Qué nos dejó Amy? Su voz,
sus canciones, sus temas musicales, su apariencia desabrochada, su amor por el
jazz. También nos dejó una enseñanza: que lo material no lo es todo. Ella lo
tuvo todo, como ya dije, o por lo menos todo lo que puede anhelar una persona
normal, sin embargo, no supo manejar ese éxito, esa opulencia material, esa
abundancia de bienestar físico.
Amy era una creadora, una
artista, era excéntrica, despreocupada; era un ser humano tierno, pero con unos
problemas muy profundos en lo sentimental, en lo espiritual. “La procesión va
por dentro”, eso se podría pregonar de ella, ya que no sabemos con certeza qué
pensaba, qué sentía, qué le preocupaba, qué le atormentaba.
Es fácil caer en la crítica
moral, en el juicio, sin saber cuál era el verdadero problema de Amy Winehouse.
Yo, por mi lado, prefiero quedarme con esa imagen, o con ese legado artístico,
con su voz, con sus composiciones, con su creatividad; sé que como ser humano
tuvo muchas fallas y muchos aciertos, pero eso le ocurre a toda la humanidad.
En el caso de ella, llevó todos sus conflictos hasta los extremos y terminó
autodestruyéndose, eso le podría pasar a cualquiera, le pasa a muchos, y ella
no fue una agraciada excepción.
Se puede ser feliz en la
vida; se puede disfrutar del mundo, pero eso tiene un costo: vivir en libertad.
Creo que Amy Winehouse a pesar de tener éxito material no fue libre; no pudo
desligarse de sus vicios, de sus auto-flagelos, de sus preocupaciones, de sus
traumas, y recurrió a mecanismos de evasión: droga, alcohol y hasta desórdenes
alimenticios (según afirma el documental). Yo me quedo, a pesar de todo, como
ya lo dije, con su faceta artística, lo otro es anecdótico, superficial, ya que
para conocer a fondo el problema de la artista habría que haberla conocido, y desafortunadamente
eso no ocurrió.
Paz en la tumba de Amy
Winehouse; paz a su memoria, y gratitud por todo lo que nos dejó
artísticamente. Todavía escuchamos su voz y la seguiremos escuchando años y
años. Como dijo Bennet de ella: “Es de lo mejor que ha tenido el jazz”.
Concuerdo con él; y creo que no solo con el jazz sino con la música en general.
Fue un ser humano como cualquier otro,
pero excepcionalmente talentosa en lo artístico.
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